Ese niño se ha puesto perdido, lleva ¡toda la cara! grasienta de los restos de las patatas fritas que se acaba de comer.
La madre le está limpiando los mofletes con la mismísima bolsa de patatas, como si fuera una servilleta. Usa la la cara interior, la plateada, la verdaderamente pringosa.
Le está frotando ese aluminio grasiento por toda la cara.
Usa la fuente misma de la suciedad como antídoto contra ella y, mira, lo hace con una determinación total, lo hace tan fuerte que incluso podría parecer que le está pegando, que le está golpeando con esa bolsa de patatas vacía.
Golpecitos, toques fuertes con dos dedos, tac, tac, como pinceladas rápidas. Pinceladas de grasa sobre el lienzo en blanco que es, para cualquier madre, su hijo: su obra.
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Muy bien Abuela, últimamente te estás superando.
ResponderEliminar(ey! picha brava)
Esa madre es una madre abnegada que vive en una situación de extrema necesidad. No está limpiando al hijo, lo está engrasando para proteger su tiernecita piel de los rigores del viento. El dinero no le alcanza para Neutrógena. Recoge bolsas de Matutano de la basura. (La Abuela imaginó que el niño comía patatas. Pero no. Se autoengaña.)
ResponderEliminarSí señora, aplicando la herramienta tampón de clonar, la de sobreexponer, la de desenfocar, la varita mágica, el pincel corrector. La madre en definitiva no sabe qué quiere hacer. Improvisa con su hijo.
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